MARKETING DISCOGRÁFICO Y PÚBLICO DE ÓPERA

EL PÚBLICO DE ÓPERA:

(Artículo publicado en la revista ÒPERA ACTUAL de julio/septiembre de 1994)

NOTA ACLARATORIA: Escuchar grabaciones antiguas es el arte de sumergirse en un período de quizás excesiva permisividad interpretativa y musical, pero compensada por la soberbia técnica de una época. El oído rechaza las grabaciones defectuosas, pero el verdadero melómano y el cantante profesional, disfrutan del divo que se esconde tras esa imperfección sonora. En este artículo la calidad sonora creciente va por orden casi cronológico, "atrévanse a escuchar las grabaciones hasta el final". Todos son grandes divos, y tan es así, que si hubiesen grabado en esta época, habrían eclipsado a los cantantes actuales gracias a su preparación vocal proveniente de los maestros del siglo XIX, (la misma técnica de Alfredo Kraus) eso se podrá comprobar sobre todo en los tres últimos cantantes: Francesco Merli, Mario Filipeschi y Aureliano Pertile. 

 MARKETING DISCOGRÁFICO Y PÚBLICO DE ÓPERA

Los baremos o arquetipos vocales, establecidos a través de la historia de la lírica por artistas ya retirados o desaparecidos, están siendo vapuleados por las hiperpromociones de algunas discográficas de todo el mundo; la música clásica en general es negocio, pero la ópera mucho más por su espectacularidad, y últimamente por el auge populachero en que están desembocando ciertos espectáculos líricos, que hacen peligrar la calidad ante la publicidad.

El marketing está forjando una categoría de público que está pendiente del último lanzamiento discográfico, pero lo más peligroso es que el asiduo a los espacios escénicos también está sucumbiendo ante la presión publicitaria y no puede evitar estar demasiado pendiente del gran reportaje que precede a un estreno operístico, o al último lanzamiento discográfico del artista en cuestión, que hará aumentar su éxito, aunque a veces la calidad de la actuación pueda no estar al nivel de la estela publicitaria. Demasiadas veces he asistido estupefacto a actuaciones excelentes poco recompensadas, que el auditorio asistente no ha sabido valorar porque el artista en cuestión no venía respaldado por ninguna promoción reciente.

Desde que existe la fonografía, el gramófono y todos los medios audiovisuales que tenemos actualmente a nuestro alcance, los aficionados poseemos una herencia impagable de ejemplos grabados de otras épocas, que conservan una alta calidad interpretativa en muchos casos y con técnicas de emisión vocal escalofriantes que actualmente ya no podemos disfrutar; con estos testimonios sonoros se han marcado unos baremos universales de calidad, que obligan a los futuros cantantes de ópera a superarse hasta llegar a ese nivel de ley canora e interpretativa y, en el mejor de los casos, a superarlos. Con estos antecedentes sonoros indiscutibles, ya no podemos conformarnos con menos y, además, debemos exigirlo, pues en ello va implícita la calidad futura del espectáculo lírico.

Es una paradoja que en la época dorada de las grabaciones y reconstrucciones técnicas, el asiduo a la representación en vivo, esté más preocupado por la búsqueda de la calidad del sonido, de una maravillosa grabación digitalizada, antes que conmovido por una buena interpretación en vivo o por una sentimental grabación gramofónica de principios de siglo.

Este extraño fenómeno que afecta a parte del público actual es preocupante e indicativo de que el individuo reacciona cada vez más ante el marketing y menos ante las verdaderas sensaciones artísticas y auditivas. Ya es realmente decepcionante que el auditorio se vuelque sólo ante unos agudos impresionantes o ante la burda exageración interpretativa; pero que exclusivamente reaccione ante el influjo de la publicidad, me parece grave y peligroso para la salud de la ópera y de la música culta en general.

(Fin del artículo)

Relacionado con el artículo anterior y Extraído de La Antitécnica de 2003

Cuando no había más opción que asistir a la actuación en directo para escuchar a los venerados artistas, y la farándula y los grandes teatros reinaban por doquier, los espectáculos teatrales formaban parte del atractivo social de las grandes ciudades a las que daban vida propia, bien sea en espectáculos populares o de música culta; cada estilo de música o canto tenía sus “adeptos entendidos” y cada espectáculo era un acontecimiento social por sí mismo.

Hay que admitir que las circunstancias eran favorables, pues no había otros medios de comunicación que distrajesen la atención de los aficionados; cuando se cuestiona si antes el público era más entendido que en la actualidad, podemos decir ¡SÍ! sin lugar a dudas, puesto que si hacemos un análisis mental y nos trasladamos en el tiempo, comprobamos, a través de la lógica, que cuando no existía ni la radio, ni el cine, ni la televisión, el aficionado estaba más concentrado y más al día de los espectáculos en vivo y en los artistas de más renombre, podía comparar en directo las cualidades por las que se habían hecho famosos, asistía al nacimiento y evolución de nuevos valores, que debían conquistar al público con su esfuerzo diario sobre el escenario.

Por lo tanto, aquel público era más especializado, porque aprendía el repertorio en el teatro y repetía su asistencia un día tras otro y temporada tras temporada; consecuentemente, vivía esas noches ocasionales y mágicas tocadas por la mano divina en que todo sale muy bien y que sólo florecen en el directo, por consiguiente este público era capaz de aprender y distinguir las diferencias de calidad y evolución entre artistas por sí mismo y, como consecuencia, era exigente con los cantantes; éstos, para obtener el éxito, procuraban perfeccionar efectos imprescindibles en esas épocas, como la media voz, los filados y los interminables agudos; ese público era mucho más virgen y no había sido bombardeado psicológicamente por los lanzamientos de las discográficas.

A partir del nacimiento del microsurco, empieza una nueva época y novedosas tácticas propagandísticas; el cantante de ópera comienza a conquistar públicos que no le habían visto nunca en persona; poco después también se establece otra época censurable muy ligada a la primera, en que se manipulan las grabaciones discográficas, potenciando y falseando la calidad del cantante, se provocan repartos comerciales y virtuosismos vocales individuales, que nadie escuchó nunca en directo; todo este fenómeno de progreso técnico, paradójicamente, ha dado como resultado evidente, un público más inculto que duda en otorgar el aplauso a un excelente cantante desconocido y no duda en vitorear al respaldado por la publicidad.

(Extraído de La Antitécnica de 2003)

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